
José Ignacio Urquijo Sociólogo, profesor y diácono
Por JUAN DOMINGO FERNÁNDEZ | HOY|112.02.11 – 00:12
Vasco de nacimiento y enamorado de Extremadura, durante años fue el único diácono permanente de la región y el más joven de España.
A pesar de su aspecto formal y de la seriedad de su discurso, José Ignacio Urquijo deja brotar espontáneamente una vena humorística que salpica la conversación. Delegado de Educación y Enseñanza en el nuevo equipo que designó en 2008 el obispo de Coria-Cáceres, en su experiencia conviven la fe religiosa y el compromiso social.
EL PERFIL
Misionero seglar, profesor, escritor
Nacido en Llodio (Álava) en agosto de 1960, José Ignacio Urquijo
Valdivieso simultaneó en la Universidad de Deusto durante unos años los
estudios de Derecho y Teología, en los que se diplomó, y posteriormente
se licenció en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad
Pontificia de Salamanca. Miembro de una familia de seis hermanos y
casado con una médica «cacereña de toda la vida, como el alcalde
Saponi», según apostilla con humor, Urquijo fue uno de los
cofundadores, a principio de los años noventa del pasado siglo, de la
oenegé Personas. Él había conocido a su mujer cuando ambos se
preparaban en Madrid para su tarea como misioneros seglares. Y por los
azares de la vida, en vez de viajar a Venezuela, donde estaba previsto,
ambos coincidieron en la República Dominicana y se hicieron novios.
«Ella llevaba un dispensario médico, con muchísima atención sanitaria,
gratuita, porque el dispensario era parroquial». Durante siete u ocho
años, hasta que nació uno de sus hijos, estuvieron viajando todos los
veranos uno de los dos y a veces la pareja. Así fue como surgió la
oenegé Personas, «con el apoyo de amigos y de muchos cacereños», para
centrarse en planes de nutrición y escolarización de niños mediante el
apadrinamiento.
Autor de una divertida novela ‘El deán Corominas’, que es un
homenaje a la iglesia católica y al pueblo judío y que está ambientada
en Extremadura «porque es la tierra donde tengo dos pies firmemente
plantados, donde está mi corazón, mi mujer, mis hijos, y es la tierra
que me da de comer», tiene escrita otra, ‘La encomienda del Rey
Fernando’, ambientada en el Trujillo de la Reconquista.
Vicepresidente de la Asociación de Ciencias Sociales de Extremadura
(ACISE), dirige ‘Almenara’, la revista de esta asociación, y ha
publicado también, fruto de su labor en el mundo de las oenegés para el
desarrollo un libro sobre cooperación internacional desde Extremadura:
‘Un nuevo milenio, dos viejos mundos’. Profesor de Religión en el IES
Hernández Pacheco; ha dado clases de Sociología en la Uned de Plasencia
y en la actualidad de Antropología en el Instituto de Ciencias
Religiosas ‘Santa María de Guadalupe’, dependiente de la Universidad
Pontificia de Salamanca.
«No podemos quedarnos a la espera de que nos den las cosas hechas»
«No sé si hay más gente que acude a la religión como refugio, pero la religión ayuda a pasar los malos tragos» |
-¿Es aficionado a los juegos de azar?
-No. Me cuesta comprar la lotería de Navidad. Me gustaba jugar mucho al mus.
-Como buen vasco…
-Sí, pero aquí también hay muy buenos jugadores, ¡eh!
-¿La política directa le ha tentado alguna vez?
-Mucho.
-¿Y no ha caído?
-No he caído todavía. [Risas]. Hay una tradición política en mi
familia desde hace mucho tiempo. Mi hermano es político en activo en el
País Vasco, mi hermana lo ha sido, mi abuelo lo fue, tengo amigos muy
metidos en la política, en distintos partidos también…
-¿Y en su familia se dan orientaciones diversas?
-Hay un par de orientaciones, no demasiadas.
-Habrá algún nacionalista…
-Alguno hay, pero los tenemos muy controlados. [Risas]. Y sí me
tienta la política. Porque la acción política busca la transformación
del ser humano y sobre todo en sociedad. Para mí es un punto muy
importante de mi programa como cristiano. Aparte, creo que hemos dejado
mucho la política en manos de políticos profesionales. Hay una cierta
partitocracia, pero no porque haya sido buscada directamente por la
gente de los partidos políticos, es que los hemos abandonado.
-Quizás porque ha renunciado la sociedad civil ¿no?
-Es que en España renuncia la sociedad civil, renuncia a participar
en tantas y tantas organizaciones como son las sindicales, las oenegés,
las de jóvenes, las culturales, las políticas… Si no hay, quedan
cuatro en cada cosa que son los que tienen que funcionarizarse para que
esto funcione. Luego nos quejamos, ¡pero si no participas! Si no
votas… es legítimo no votar, pero entonces no te quejes mucho. Si no
trabajas… Los movimientos sociales están muy poco nutridos por la
sociedad, pero todos.
-En 1998, cuando tenía ya dos hijos, se convirtió a los 38 años de edad en el único diácono permanente de Extremadura y en el más
joven de España.
-Así es. No fue buscado. Yo había estado a mediados de los ochenta
en el ámbito de la cooperación como misionero católico seglar, donde
conocí y me casé con mi mujer, que es cacereña. Ese es el motivo de que
esté aquí, en Cáceres, que es mi ciudad de adopción y mi tierra, porque
yo soy de Llodio, a doce kilómetros de Bilbao y toda mi vida y mis
estudios han sido en Bilbao.
-¿Y cómo fue la historia?
-Pues allí descubrimos, en Santo Domingo, en la República
Dominicana, una realidad eclesial no más avanzada pero sí distinta. No
había abundancia de clero, sino escasez. Entonces el laico tenía que
asumir labores diaconales muy fuertes. Y había ya bastantes diáconos
permanentes por influencia de Estados Unidos. De hecho, nosotros
llevábamos una parroquia y éramos laicos el equipo de chicos y chicas.
Al regresar a Cáceres, dado que tenía hechos los estudios teológicos
como laico (nunca fui seminarista sino que compaginé los estudios de
Derecho y Teología) y también un cierto currículum de servicio
eclesial, pues me lo planteé. Fui el primer diácono de Extremadura y he
estado once años en solitario.
-¿Qué encuentra en la religión que no halla en otros sitios?
-Pues mira, primero para mí es un motor de acción. En lo personal,
en lo cultural, en lo intelectual, en lo docente y en lo social. Porque
mi origen, el origen de toda mi inquietud social si es que la tengo, si
es que algo he hecho, poco, está en la creencia de que el ser humano es
fraterno y es hermano porque es hijo de Dios. Si no fuera en mi caso
por esta creencia religiosa en un Dios padre, evidentemente me
desfondaría. Porque me desfondo todos los días como todo el mundo, pero
el desánimo no me dejaría caminar. De esta manera tengo una visión no
plana de la realidad, sino trascendente. Partiendo de la base humana,
de las comunidades y de los movimientos sociales de todo tipo, no solo
eclesiales, tengo también una visión que me eleva y me permite avanzar.
-Seguimos recibiendo inmigrantes. ¿Para que hagan los trabajos que no queremos hacer los de aquí?
-Pero seguimos recibiendo en mucho menor grado. No como sociólogo,
que soy, sino como persona observadora, dándome un paseo por Madrid, a
donde ahora voy mucho porque están allí mis hijos estudiando, he notado
mucha menos presencia. En Madrid y Barcelona, que son los dos grandes
focos receptores de inmigración, y aquí en Cáceres también se puede
apreciar. Los que vienen seguramente vienen porque huyen de la muerte y
del hambre. Muchos van ya de paso a otras partes de Europa. Somos
puerta de entrada desde África muy fácil, muy cercana. Muchos no creo
que encuentren ahora trabajo. Y sí es verdad que han venido a hacer los
trabajos que no queremos hacer y es claro que en Extremadura nadie iba
a la cereza o al espárrago porque eran inmigrantes los que hacían esos
trabajos. Ahora no es tan fácil volver para atrás. Las personas somos
como somos y nos acostumbramos muy rápido a lo bueno. Cuidado ahora si
el español tiene que volver a tareas agrícolas que ya dejó atrás y que
son difíciles de recuperar. Aparte de cómo está el campo y la
rentabilidad que tiene…
-Cuando era niño, ¿qué quería ser de mayor?
-Pues no lo recuerdo bien. Siempre tuve una cierta idea de intento
utópico de cambiar el mundo. Nunca he tenido muy claro qué quería ser
de mayor. No quiero decir grandes frases, porque quería ser persona.
¿Ambiciones? Digamos que legítimas, siempre. Y la idea misionera desde
pequeño sí la tuve fuertemente enraizada por lazos familiares. Mi
familia es muy, muy, muy religiosa, con cantidad de vocaciones de todo
tipo. Ahora es un tipo de familia que existe menos, todos lo sabemos,
porque han cambiado las circunstancias. Entonces los misioneros eran
algo que atraía muchísimo. De hecho, a gente que ha tomado otros
caminos les oyes contar que en algún momento determinado de sus vidas
les hubiera gustado ser misioneros. El misionero es un transformador
social, aparte de un transformador espiritual. Yo no solo veo la
función social del cooperante o del cooperante católico misionero, sino
que hay algo más. Pero vamos ¿qué quise ser? De pequeño todo, todo lo
que veíamos en la tele.
-¿Y está conforme con lo que ha conseguido?
-Como no he llegado al final, el final solo sabe Dios cuándo vendrá,
estoy conforme pero inquieto. ¿Por qué? Porque creo que si llegamos a
la conformidad hemos acabado, se ha parado el coche o se ha bloqueado
el ordenador, como me pasó ayer por meter un antivirus… [Risas].
Estoy conforme en como va discurriendo mi vida pero -no quiero caer en
lugares comunes- lo mejor de mi vida ya ha pasado: son mi mujer y mis
dos hijos. No busco grandes transformaciones ni busco tampoco
ambiciones propias, que las tengo también, pero no son prioritarias
para mí.
-¿Alguna vez ha tenido la sensación de que se metía en un túnel sin salida?
-Sí, y de meterme en todos los charcos, también. Lo que pasa es que
si observas a tu alrededor, la gente que se mete en todos los charcos e
incluso a veces no ve la salida es la que va tirando del carro; no yo,
pero sí otros. Porque no podemos quedarnos en el inmovilismo ni a la
espera de que nos den las cosas hechas. Ahora mismo la sociedad está
desnortada, hay miedo, un miedo tremendo, hay mucho paro, no se mueve
nadie, que el Gobierno lo haga, que la Diputación lo haga… ¿Pero cómo
que lo haga? Si el Gobierno no es nadie, si la Diputación no es nadie,
ni el Ayuntamiento… Somos nosotros. Es de nosotros de donde tienen
que emanar dirigentes reales que muevan todo. Y evidentemente, hay
momentos en que no ves la salida del túnel o momentos críticos de
desesperanza en que todo se ciega y nada te apoya. Ahí es donde yo
encuentro el apoyo de mi religión y por supuesto de mi familia, en el
mismo plano. Desesperanzas, muchísimas; desengaños y fracasos, casi
todos los días, pero el que ha hecho monte, el que ha hecho alpinismo o
el que sale a caminar sabe que las caídas son fundamentales para seguir
avanzando. E incluso el perderse para encontrar el camino. No hay un
solo camino para avanzar, hay muchos.
-¿Cómo imagina su etapa de jubilado?
-Me imagino trabajando, porque no creo que haya jubilación cuando
llegue. [Risas]. No pienso jubilarme jamás en la vida. Aunque como
jubilados a mi mujer y a mí nos gustaría volver al pie del cañón a las
zonas más desfavorecidas que haya, aquí o en en cualquier otro lugar
del mundo. Estamos recibiendo muchas ofertas de amigos misioneros y
misioneras que nos dicen venid a Brasil, venid a Benin, pero no podemos
en estos momentos, hay que financiar las carreras de los hijos,
etcétera. Puede ser que nos vayamos lejos, pero esa idea de irse lejos
para intentar transformar la sociedad… A veces el lejos está cruzando
Cánovas, está cerca. Hay personas necesitadas no solo económicamente,
sino afectivamente, religiosamente, al lado de nosotros, sin cruzar la
puerta de casa.
«No podemos quedarnos a la espera de que nos den las cosas hechas»«No sé si hay más gente que acude a la religión como refugio, pero la religión ayuda a pasar los malos tragos» |
-José Ignacio, de las bienaventuranzas, ¿cuál es su preferida?
-Eso es muy difícil… Pues bienaventurados los que son perseguidos por causa de la justicia.
-¿Qué le preocuparía más, perder su puesto de trabajo o caer en una depresión?
-Creo que sería peor caer en una depresión o en un desfallecimiento vital, no saber hacia dónde ir.
-¿Considera que alguna vez hemos estado mejor que ahora en materia de Derechos Humanos?
-¿A nivel nacional?
-Sí, a nivel nacional.
-Creo que no estamos mal en Derechos Humanos en cuanto a libertades
y garantía de las libertades. Pero si hablamos de derechos humanos
efectivos, que provienen de la realización a través del trabajo, a
través de la vivienda digna, eso no se está cumpliendo, claro. Y no por
la crisis, incluso antes de la crisis no se estaba cumpliendo. Vete a
hablarle de derechos humanos a un parado de larga duración. Vete a
hablarle de derechos humanos al chaval que acaba Periodismo este año en
la Complutense y se encuentra que ni de becario… De todas formas creo
que estamos relativamente bien. No soy de esos pesimistas amargados.
Estamos pasando una mala fase muy gorda, pero no son malos tiempos. El
ser humano nunca ha tenido tanta conciencia, como ser humano, de su
valía en la tierra. Nunca jamás. Y nunca hay tanto cuidadito en no
tocar un derecho humano no aquí, sino en ningún lugar del mundo porque
hay una intercomunicación, una interactividad tan global que
inmediatamente saltan las protestas mundiales.
-Como sociólogo ¿cuál diría que es el principal valor de la sociedad extremeña?
-Es difícil de contestar. Su arraigo a la tierra. Su arraigo a
Extremadura. Siendo un pueblo que por las circunstancias ha sido un
pueblo emigrante (como otros muchos de España, cuántos pastores vascos
no fueron a Estados Unidos) la verdad es que los extremeños procuran
regresar y tienen a la tierra muy dentro de su corazón. Un amor a la
tierra impresionante. Y también diría que su resistencia. Si me
preguntas que si necesitaría algo más, creo que es el propio extremeño
el que debe contestarse a sí mismo.
-¿En qué nota la crisis como profesor? ¿En qué la nota como diácono?
-Noto una cierta sensación de temor en los jovencillos ante el
futuro y ante lo que seguramente están percibiendo y oyendo en casa.
Cuando, por ejemplo, hablas en clase sobre agresiones a la vida humana
que se pueden dar en la sociedad: terrorismo, hambre, drogas, guerra…
y se desliza la explicación a lo que es la sociedad y sale el tema del
paro, nunca han estado tan atentos. Les notas en la mirada que hay un
cierto temor. Y estos son jóvenes entre 14 y 15 años que todavía no
tienen muy claro lo que es la sociedad, porque en casa al fin y al cabo
se come, se tiene para salir, pero es algo que están viendo, que están
oyendo y hay un cierto miedo. Como diácono sé -no es que aventure nada-
que en las instituciones eclesiales como Cáritas se ha disparado la
gente que hace peticiones de asistencia y ayuda. No solo gente que ya
vivía al margen, sino personas concretas, que están ahí, al lado, y
nadie sabe que están y no llegan a fin de mes. Y no sé si hay más gente
que acude también a la religión como refugio, que no es lo principal de
la religión, pero que también lo es porque te ayuda a pasar los malos
tragos.
-¿A qué actividad de ocio dedica más tiempo o más dinero?
-A leer. Leo todo lo que cae en mis manos y algo más. Digamos que a leer y a salir con mi mujer y mis amigos.
-¿Qué libro ha sido fundamental?
-Hubo un libro, ‘Oh Jerusalén’, de Dominique Lapierre y Larry
Colins. Por diversas circunstancias y por mi visión del pueblo judío.
Ese libro me impresionó, y sigue estando vigente porque el problema
sigue ahí. De alguna forma refleja el contrasentido de la confrontación
no solo entre judíos y palestinos, sino entre los seres humanos. Es un
poco la metáfora, el símbolo del enfrentamiento que está ya descrito en
el Génesis entre Caín y Abel. Y muchos más, claro, libros de aventuras,
libros religiosos…
-¿A qué le teme José Ignacio Urquijo?
-Al odontólogo. [Risas]. No, todos tenemos muchos temores. El
fundamental es el paso hacia el más allá, pero temer, temer, el futuro
está en nuestras manos. Hay que cogerse los temores, guardarlos y
seguir caminando. Es una consigna vital en mí. A nivel familiar siempre
tienes el temor de qué va a pasar. A nivel vital, qué pasará, la
muerte, ahí está. Llegas a edades donde seres muy queridos, mayores y
jóvenes, se te van yendo… Pero desde mi vivencia de fe, a nivel vital
tengo poco temor; muchos temores pero no hay un temor grande, no lo
tengo.
-¿En qué se van a diferenciar su generación y la de sus hijos?
-Nosotros hemos sido generaciones con un punto de partida anclado en
un territorio y unas ideas muy concretas y nuestros hijos son ya
personas que parten del mundo, no de un territorio concreto sino de un
mundo globalizado. Han conocido a edades muy tempranas muchas culturas
distintas, muchos sitios distintos; están viajando muchísimo con cuatro
perras y eso va a hacer que tengan una mente más predispuesta para el
cambio, para la aceptación de lo diferente. No son ni mejores ni
peores, somos distintos.
Enlace a la entrevista publicada en diario HOY de 12/02/2011: http://www.hoy.es/v/20110212/regional/vete-hablarle-derechos-humanos-20110212.html
Video de la entrevista
http://www.hoy.es/videos/noticias-de-extremadura/caceres/784937656001-zona-paso-jose-ignacio-urquijo.html
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